viernes, 8 de abril de 2016

Pequeñas bibliotecas en Afganistán

Historias que merecen conocerse...

http://www.nytimes.com/es/2016/04/05/afganos-siembran-libros-para-alimentar-mentes-hambrientas/?smid=fb-share-es

En Afganistán renace la esperanza gracias a pequeñas bibliotecas

Por MUJIB MASHAL 5 abril 2016

  
Matiullah Wesa, en el centro, con su hermano Muhammad Atta y sus sobrinas en la biblioteca que establecieron hace tres años en su hogar en Spinbaldak, al sur de Afganistán. CreditAndrew Quilty para The New York Times


PANJWAI, Afganistán – A simple vista, no es una biblioteca grande: solo son dos estantes con 1600 libros y revistas en un sótano de un polvoriento callejón de viviendas en el distrito rural de Panjwai, al sur de Afganistán. Los colchones y cobijas apilados en una esquina evocan la habitación de invitados que alguna vez fue este cuarto.

Sin embargo, es fácil darse cuenta de que la comunidad y, sobre todo los más jóvenes, valoran cualquier oportunidad de satisfacer su curiosidad. Este lugar fue el corazón de la insurrección talibán en los años noventa y se volvió un sinónimo de las tragedias y privaciones de la guerra.

Hassanulá, de 18 años, sacó prestado “Historia general”. Muhammad Rahim, de 27 años, vino por “The Fires of Hell” y lo devolvió al día siguiente; al poco tiempo se lo llevó prestado Nabi, de 12 años. Taher Agha, de 15 años, prefirió “Of Love and the Beloved”, y lo tuvo durante 10 días. Otro hombre joven, próximo a contraer matrimonio, llamó para asegurarse de que tenían una copia de “Tareas del hogar”. Recorrió 10 kilómetros en su bicicleta para buscarlo.

La biblioteca de Panjwai es obra de Matiullah Wesa, un estudiante de 22 años de Kandahar, quien está en la India terminando sus estudios en ciencias políticas. Durante ocho años la Pen Path, una organización de voluntarios que Wesa lanzó en su adolescencia, ha trabajado para volver a abrir las escuelas cerradas por la violencia y llevar libros a las áreas más afectadas por el conflicto.

Después de su lanzamiento en enero, la biblioteca de Panjwai tuvo 24 visitantes en su primer mes, según Muhammad Nasim Haidary, quien cuida la biblioteca.

Sin embargo, el interés de un par de lectoras que se acercaron a las mujeres de la familia Haidary ha causado un dilema en esta sociedad en la que es mal visto compartir los nombres de las mujeres en público.

¿Cómo llevar un registro de los préstamos de libros si no se pueden escribir los nombres de las mujeres? Una propuesta era usar seudónimos, pero eso crearía otro problema: ¿cómo podría Haidary recordar el seudónimo de cada mujer?

El año pasado, la organización de Wesa lanzó una campaña nacional, sobre todo en redes sociales, y logró recolectar aproximadamente 20.000 libros. La competencia por el estatus social es profunda en este país y Wesa se aprovechó de eso para fomentar contribuciones. Hasta la contribución más pequeña, de solo un par de libros, fue celebrada en línea con una fotografía del donador y una palabra de gratitud.

Los libros han servido para establecer siete modestas bibliotecas en las provincias más devastadas por la guerra: Helmand, Kandahar, Khost, Kunar y Wardak.

Panjwai, que se encuentra a una hora en automóvil desde Kandahar, se asocia con una horripilante atrocidad: la matanza de 16 civiles por parte de un sargento del ejército estadounidense en marzo de 2012. Pero, para los residentes, el lugar se convirtió en un infierno años antes de eso.


“Panjwai era como el horno de una panadería: te quemabas si entrabas”, dijo Haidary. “Si decías que eras de Panjwai, la gente te tenía miedo”. Ahora el distrito ha estado en relativa calma. Incluso a medida que el talibán ejerce presión en provincias vecinas, el alcance del gobierno se ha mantenido en Kandahar.

Wesa en un momento de oración en la biblioteca comunitaria que fundó en el distrito de Panjwai, hasta hace poco una de las zonas más peligrosas del sur de Afganistán. CreditAndrew Quilty para The New York Times

La biblioteca familiar en Spinbaldak, que ahora está abierta al público como parte de la organización de voluntarios de Wesa, tiene casi 4000 libros organizados en estantes metálicos. En medio de la sala con alfombras, hay un calentador de gas para lectura invernal, un cenicero y una escupidera para quienes deseen un cigarrillo o una pizca de tabaco sin humo.

La biblioteca se maneja mediante un sistema de honor. Los registros de libros son mínimos en parte porque otro hermano de Wesa, Atta Muhammad, es el encargado de la biblioteca y solo tiene una alfabetización muy básica.

“Si es una persona que conozco muy bien, solo apunto el número de libros que se llevó, no los detalles de todos los libros”, dijo Atta Muhammad. Cuando los libros no son devueltos a tiempo, Atta llama o visita las casas de quienes sacaron los libros. Pese a sus esfuerzos, se han perdido varias docenas de libros, en su mayoría nunca devueltos por quienes los sacaron prestados.

Wesa planea abrir varias bibliotecas el próximo año y convertir la campaña del libro en una red más organizada de voluntarios a lo largo del país. Hace poco sostuvo una conversación con un acaudalado empresario del oriente de Afganistán y el hombre le hizo una oferta: donará 20.000 libros a una biblioteca con la condición de que llevara el nombre de su padre.

En su emoción, Wesa prestó poca atención a los tabúes culturales al dar su respuesta: “Le dije que incluso la llamaría como su madre; lo que sea por conseguir los libros”.
Taimoor Shah colaboró con este reportaje.

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