De Riohacha a las rancherías en bicicleta llevando
lecturas a niños wayuu
marzo
10 de 2016
Alexandra Ardila,
una Comunicadora Social que vino para quedarse en La Guajira.
Por:
Nelson Rodelo Celedón, colaborador de LaGuajiraHoy.com
Con piernas de acero y bajo un sol abrazador,
Alexandra Ardila pedalea su bicicleta en medio de zonas desérticas para llegar
a las rancherías, lugares casi inhóspitos, donde a los indígenas que moran allí
los acompaña el Trupío, el Dividivi y la brisa que lleva consigo memorias de
arena.
Al llegar a su destino, baja de su bicicleta, saluda a
los indígenas, especialmente a los niños, quienes la reciben con una bulla
estruendosa cargada de felicidad y pronunciando palabras como: “Llego la seño”, “llegó la señora de los
libros”, “llegó la de la bicicleta grande” e incluso nunca falta el
travieso niño que dice: “llego la vieja
loca esa”.
Para muchos es atrevido lo que hace Alexandra.
Pedalear con el viento llenándole la cara de arena y rodeada de miles de
elementos puntiagudos postrados en el suelo amenazando con desinflar los
neumáticos no es fácil. Sin dejar de lado algún antisocial que quiera arruinar
la travesía o un animal que se interponga sorpresivamente en el camino.
Sin embargo, ella asegura que el pedaleado vale la
pena: “cuando llegamos, los niños wayuu
refuerzan su aprendizaje con la lectura de cuentos. Yo he aprendido a narrarles
en voz alta los cuentos interpretando los personajes y ellos disfrutan de
cualquier historia, que a veces la califican como curiosa o divertida”.
Cómo llego a La Guajira
Alexandra es de Bogotá y en el 2005 decidió venir a la
capital de La Guajira persuadida por su esposo, quien ya laboraba en la ciudad.
Su cónyuge le pinto un lugar paradisíaco donde a pesar de las múltiples
necesidades, se respiraba tranquilidad y la gente era “super querida” y
hospitalaria; la conminó a dejar su trabajó en la Alcaldía de Sibaté, Cundinamarca,
y se la llevó aún sin tener un sitio donde vivir en La Guajira. “Me vine con la ropa que traía puesta: una
pantaloneta, eso sí empaqué como dos cajas de libros, mi par de bicicletas y
vámonos”.
En Riohacha ha pasado las vicisitudes típicas de la
ciudad: la escasez de agua, los cortes abruptos de energía eléctrica, las
inundaciones agresivas, el vertimiento de aguas negras, entre otros.
Sin embargo, todas esas dificultades no fueron óbice para que su célebre pasión
naciera: enseñar a leer a niños de la etnia wayuu para ayudarles a construir un
futuro mejor.
Su labor empezó en el barrio Villa Fátima, después que
su casa en el sector del barrio Marbella resultara afectada por múltiples
inundaciones. Viendo el interés de los menores, se trasladó a Bogotá para
buscar cientos de libros que guardaba en su vivienda y los trajo a ese barrio,
habitado en su mayoría por indígenas, y en el cual decidió construir su casa
edificándola con madera, para complementar el trabajo de las escuelas a través
de la promoción de lectura.
Su verdadera pasión
Alexandra Ardila estudió Comunicación Social y
Periodismo, luego de trabajar como reportera en un noticiero nacional, decidió
renunciar por la presión de sus jefes y el acelerado ritmo de trabajo que le
provocaba mucho estrés.
Confiesa que la lectura la ha vuelto inquieta. Cuando
era niña se reunía con un grupo de amigos a leer cuentos de todos los colores y
sabores: cuentos árabes, de Hadas, chinos, de autores colombianos y muchos
otros. De joven leyó El Quijote de la Mancha y ese libro le despertó un ávido
espíritu aventurero que hasta el día de hoy, cuando ya ha pasado los 50 años de
edad la guía a cualquier parte donde va.
Más adelante su esposo fue el motor que la impulsó a
perseguir sus sueños. “Mi esposo era un férreo apasionado de la lectura y me
llenó la casa de libros; él me motivó a seguir mi pasión sin importar la escases
material o todas las peripecias en el camino, a él le debo mucho”.
Reconoce que no es fácil enseñar a niños wayuu porque
ellos demuestran timidez a la hora de involucrase en un taller, pero Alexandra
utiliza estrategias como ases bajo la manga para sacar ese narrador que ellos
llevan por dentro.
Después de leer el cuento, esta profesora asigna
talleres. Uno de los puntos que más destaca es la creación de un final
alternativo para las historias. “Ellos muchas veces terminan los cuentos;
terminan a veces con los personajes viajando a la luna o resucitados y con los
nombres de los niños”, señala sonriendo y con la mirada al cielo.
La labor no la ha realizado sola, con sus tres hijos y
amigos que creen en este proyecto, han recorrido gran parte del departamento de
La Guajira, cargando consigo memorias llenas de alegrías, tristezas y grandes
satisfacciones. “Muchos de los niños
wayuu que ahora son jóvenes me agradecen con un fuerte abrazo todo ese
aprendizaje que les transmití; eso me causa lágrimas de alegría al saber que
cumplí prácticamente un deber, pero lo hice de corazón”.