(Tomado de un artículo de Jaime Barrios Carrillo)

Cardenal ha sido el poeta
de los pueblos sin voz, de los oprimidos y marginados. No olvidamos sus poemas
a los indios americanos. Su lírica antisomocista, que hizo temblar de ira al
tirano. Sus composiciones en la isla de Solentiname, donde se comenzó a soñar
en una Nicaragua libre y distinta.
Lo recordamos en los
lejanos años setenta, cuando todos éramos muy jóvenes y leíamos con gran
intensidad sus versos de una elemental sabiduría. Reunía multitudes en Santiago
de Chile, en San José de Costa Rica o en Europa, y declamaba con su voz un poco
enredada, un tanto pastosa, sus extraordinarios poemas. Qué forma de hacernos
reflexionar sobre la vida, el amor y la existencia.
Cardenal
se hizo sandinista en los momentos más difíciles de la lucha. Y con la victoria
del sandinismo fue su primer ministro de Cultura. Pero el poder no ha sido
nunca su objetivo ni tolera nada que en nombre de ese poder o usándolo, se
aleje de los principios liberadores de la fraternidad, la transparencia, la
solidaridad y la convicción de que el cielo está aquí en la tierra. De ahí su
distanciamiento con una revolución que considera, hoy, lamentablemente perdida.
Entre los ganadores de este galardón anual
se encuentran el chileno Gonzalo Rojas
(1992), el madrileño José Hierro
(1995), el asturiano Angel González
(1996), el uruguayo Mario Benedetti
(1999), el catalán Pere Gimferrer
(2000), el argentino Juan Gelman
(2005), el valenciano Francisco Brines
(2010)…
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